Por: Lenin Contreras
Dentro de la academia han aparecido teorías críticas que han intentado sustituir el análisis clasista y radical del marxismo-leninismo, además de resignificar el contenido teórico de la izquierda. Sobresalen la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, el pensamiento posmoderno y el pensamiento decolonial. Todos ellos reivindican un antimarxismo rabioso y han cobrado gran prestigio y difusión en las universidades y el mundo académico. Sin embargo, pese a su gran popularidad, estas expresiones cuentan con limitaciones y cuestionamientos de los que poco se habla. Veamos.
Sobre la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, recordemos algunas de las apuntadas por Perry Anderson en su estudio sobre el marxismo occidental. Primero, aunque el Instituto fue fundado en 1923 bajo la dirección del historiador comunista Carl Grunberg y mantuvo un fuerte vínculo con la militancia comunista y socialdemócrata europea, después del retiro de Grunberg y con el ascenso a la dirección de Max Horkheimer en 1930, el Instituto reorientó su perfil hacia horizontes netamente académicos. Los teóricos de la escuela renunciaron a la práctica y lucha política por lo que sus reflexiones se alejaron de la lucha de clases, regresaron a los debates de la filosofía especulativa construyendo un lenguaje encriptado y alejado de las necesidades intelectuales del movimiento obrero.
Segundo, derivado del ascenso del Fascismo en Alemania, el Instituto se incorporó a la Universidad de Columbia, adaptándose a las tendencias académicas burguesas, en algunos casos autocensurando su pasado marxista y adecuándose a los estudios sociológicos de carácter positivista que dominaba las ciencias sociales en aquel país. La autocensura implicó una renuncia a las tesis fundamentales del marxismo y con ello el abandono de los descubrimientos científicos realizados por Carlos Marx. Así, por ejemplo, señala Sergio Tula, de la obra de Grossmann, La Ley de la Acumulación y el Derrumbe del Sistema Capitalista, deliberadamente eliminaron la frase “derrumbe del sistema”. En el caso de los textos de Walter Benjamin, sustituían la palabra “fascismo” por “doctrina totalitaria”, “comunismo” por “fuerzas constructivas de la humanidad”, o “guerra imperialista” por “guerra moderna”. Jürgen Habermas sufrió la misma suerte que Benjamín, sus textos que cuestionaban la democracia liberal o reivindicaban la revolución, fueron censurados. La censura de la crítica a la democracia liberal y de la reivindicación del socialismo, tenían por objeto afirmar la aberrante idea de que socialismo y fascismo eran dos formas de totalitarismo.
Sobre el pensamiento posmoderno. La historia demostró que el precipitado anuncio de la desaparición del proletariado y la renuncia del socialismo, derivado de la asunción de una supuesta sociedad posindustrial, como lo creía Daniel Bell, Manuel Castells, André Gorz, fue equivocada. Bastaría con observar los amplios procesos de proletarización de los sectores rurales de la India, China, México, etc., el proletariado es el alma viva de los centros urbanos y los campos.
En el aspecto político, Adolfo Sánchez Vázquez, demostró que la diseminación de las relaciones de poder por todo el tejido social, ya sea en la familia, la escuela, la fábrica, la cárcel, el cuartel, etcétera, tal como lo había puesto de relieve Foucault no podían comprenderse del todo sin la consideración del carácter de clase del Estado.
El filósofo cultural, Gabriel Rockhill, afirma que el posmodernismo y la teoría critica dominaron el mercado académico del capitalismo por su orientación política antimarxista. Según Rockhill, su amplia difusión en las universidades es resultado de los intentos de los ideólogos de la CIA, por “redefinir a la izquierda, desligandola del comunismo”. Y es que, se ha medio de El Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) que operó desde París la guerra ideológica contra el marxismo y la URSS.
Incluso, aunque el pensamiento posmoderno fuera bien intencionado, nos parece que el cuestionamiento realizado por el filósofo español Francisco Erice, en su libro, En defensa de la razón, es correcto: “El posmodernismo tendría tres efectos negativos principales: una pérdida de tiempo lastimosa en las Ciencias Sociales, una confusión cultural favorecedora del oscurantismo y un debilitamiento de la izquierda política.”
Ante los fracasos de la teoría crítica y el pensamiento posmoderno para generalizarse como expresión teórica de la izquierda política, surgió el pensamiento decolonial, ahora muy de moda entre la izquierda académica. El pensamiento decolonial, de cuño académico, ha tenido una fuerte influencia en sectores de la izquierda política, popularizando el “buen vivir” como nuevo paradigma emancipatorio. El pensamiento decolonial pretende sustituir el papel teórico-político del marxismo-leninismo en los movimientos sociales y populares, tal como en su momento lo intentaron hacer la Escuela de Frankfurt con su teoría crítica, y el pensamiento posmoderno acuñado por filósofos franceses. De esta forma, el decolonialismo pretende asumir el rol de continuador de la alternativa al marxismo-leninismo, ante la incapacidad de la teoría crítica y los posmodernos de enraizarse en las masas o de quedar bien parados en las discusiones con los marxistas.
El pensamiento decolonial rechaza al marxismo por considerarlo un pensamiento moderno, prometeico y eurocéntrico. El marxismo, según los decoloniales, intenta trasladar la historia de Occidente a América Latina y está obsesionado con la idea de progreso. Por su supuesto carácter eurocéntrico, el marxismo según los decoloniales, no comprendió el problema colonial por lo que su paradigma emancipador no es aplicable para los pueblos coloniales. Por ejemplo, en su panfleto, Descolonizar el saber, reinventar el poder, Boaventura de Sousa Santos equipara al marxismo con el keynesianismo, y los caracteriza como paradigmas emancipatorios de raíz eurocéntrica. Edgardo Lander apunta por su parte, que el marxismo tiene una confianza ciega en el progreso y en el desarrollo de las fuerzas productivas, equiparando al marxismo y sobre todo a la experiencia soviética, con progreso, y progreso con extractivismo, siendo el marxismo-socialismo una especie de modelo de desarrollo basado en el extractivismo.
Estudios recientes demuestran que tales afirmaciones son, por lo menos, insostenibles. La difusión de los estudios de Marx sobre el problema colonial, realizado por Álvaro García Linera; o los estudios de Theodor Shanin o Kevin Anderson sobre el abordaje marxiano del capitalismo periférico; o los recientes debates entre los ecólogos marxistas como Jason Moore, Bellamy Foster o Kohei Saito, que demuestran lo errado de suponer que el progreso es la supuesta sustancia del marxismo; ni qué decir de la influencia del marxismo leninismo en los dirigentes de los movimientos independentistas del tercer mundo. Todo lo anterior, bastaría para desmentir las tesis de los decoloniales.
Los límites del pensamiento decolonial son expuestos por Enrique de la Garza, uno de los principales estudiosos marxistas de la sociología del trabajo. En su estudio, Crítica de la razón decolonial, De la Garza señala que el pensamiento decolonial, refiriéndose a la obra de Quijano, Mignolo y Santos: a) no logran comprobar la existencia de una epistemología eurocéntrica, en todo caso omiten que existen varias epistemologías elaboradas por pensadores europeas, como el marxismo, positivismo y la hermenéutica; b) cuando refieren a los referentes del pensamiento situado hacen referencia a autores que están influenciados por el marxismo; c) desplazan la crítica del capitalismo a la modernidad y al colonialismo y con ello pasan del análisis de la clase al de raza, pero no demuestran la relación estructural entre colonialidad y raza; d) no tienen una teoría histórica del colonialismo; e) políticamente, las propuestas del Buen Vivir no superan las propuestas realizadas por el socialismo utópico hace más de 150 años.
Por demás, es interesante visibilizar que varios de los intelectuales que asumen como propio o simpatizan con el Buen Vivir, como Raquel Gutiérrez, Silvia Rivera Cusicanqui, Raul Zibiechi, negaron el Golpe de Estado en Bolivia en 2019, omitiendo o subestimando el papel injerencista del imperialismo, de la OEA, del infame Luis Almagro, y los gobiernos títeres de Washington en Brasil y Argentina, así como de las burguesías criollas de América Latina. Estos intelectuales, culparon a Morales y García Linera del Golpe, incluso lo caracterizaron como un “levantamiento popular”.
Tanto la teoría crítica, como el posmodernismo y el pensamiento decolonial forman parte de lo que Rockhill denominó “industria teórica global”, la cual domina el mercado de las ideas académicas. De esta forma, el auge de las alternativas antimarxistas está más relacionado con la moda y prestigio académico más que con la eficacia de estos planteamientos en la lucha por la liberación de los pueblos.
Sin embargo, es evidente que los intentos de los ideólogos de la CIA por resignificar a la izquierda han dado resultado, la renuncia al marxismo de diferentes luchas y resistencia es prueba de ello. Mientras los nuevos ideólogos se esfuerzan en reformulaciones teoricistas, el imperialismo y los capitalistas aplauden airosos. La tarea urgente es regresar a lo clásico, a lo que permanece con todo su peso en el devenir de la historia, porque ha entendido las fuerzas del devenir de la historia misma. Regresar a lo clásico significa, no caer presa de la industria teórica global, y reivindicar creativamente la ciencia del marxismo leninismo como arma de la revolución y la emancipación de los pueblos, esa es nuestra tarea.