“La UNAM se derechizó”, sentenció el presidente Andrés Manuel López Obrador. Inmediatamente, todas las voces “críticas” (sic), como un perfecto coro de niños cantores, elevaron su “rotundo” rechazo a la declaración del representante del ejecutivo federal. Panistas, priistas, perredistas, exrectores de triste recuerdo, académicos enquistados y la crema y nata de la “ciencia” en México se ofendieron. Pero, ¿qué tanto hay de cierto en la sentencia de AMLO?


Como toda generalización, los dichos del presidente pecan de injustos. Pero es innegable que, durante los últimos 30 años, no sólo la UNAM sino el grueso de las universidades públicas del país, sufrieron una embestida brutal por parte de los sectores más recalcitrantes de la derecha mexicana. Esa misma derecha que ahora se ofende porque la evidencian, es la misma que inició un proceso de privatización, de abandono presupuestal en las universidades y que presionó hasta el cansancio por la incorporación de modelos de evaluación, como las acreditaciones, que eran un calco y copia de los modelos de evaluación empresariales. Todo lo anterior con la pasmosa o comprada participación de las burocracias universitarias y de los sindicatos charros y blancos que controlan, nunca en pro de la sociedad, los destinos de estas casas de estudio.


Gracias a estos mecanismos, (la asfixia presupuestal, la corrupción, el tráfico de influencias, la acreditación, pero sobre todo la impunidad), justificados por un malentendido autonomismo, las instituciones públicas de educación superior fueron perdiendo su filo crítico, contestatario y beligerante que las caracterizó durante la segunda mitad del siglo XX. Pero, en honor a la verdad, hay que decir que, contra el grueso de las embestidas neoliberales, conservadores y conciencias mochas, la comunidad estudiantil y los sindicatos democráticos se han mantenido, en la medida de lo posible, en una firme y aplaudible resistencia.


Esta digna postura del estudiantado y de la planta docente y administrativa democrática, se hace evidente en los múltiples movimientos de resistencia que todavía, aunque cada vez menos, se hacen presentes en las universidades públicas del país. Fue el estudiantado de la UNAM el que se opuso a la privatización impulsada por las autoridades universitarias en 1999; fue la comunidad estudiantil y el profesorado combativo quien mantuvo vivo el Movimiento de Aspirantes y Rechazados (MAR) en la Universidad Michoacana, hasta hace algunos años, con lo que se consiguió que los hijos e hijas más pobres del pueblo mexicano, accedieran a la educación superior.
Fue también la organización estudiantil del 2014 quienes pararon la reforma empresarial y neoliberal al plan de estudios; fueron las y los estudiantes de Guanajuato quienes, en el 2019, le hicieron frente a la violencia feminicida de su estado; fue el movimiento de académicos y estudiantes en huelga, quienes exigieron la transparencia de la UACM en el 2011 y 2012; y son las y los sindicalistas democráticos quienes mantienen a la UAM como una opción educativa para el pueblo trabajador.
Las autoridades universitarias, las dirigencias sindicales charras y las “vacas sagradas”, nunca han hecho nada por las universidades públicas, ni por la sociedad que las mantiene y a la que se deben. Se han dedicado a velar por sus mezquinos e individuales intereses.


¿Con qué cara salen a decir ahora que la universidad en México no se derechizó, cuándo fueron cómplices de la estafa maestra? ¿Cómo pueden decir que la Universidad Pública no traicionó sus principios sociales, si aceptaron con beneplácito los procesos de acreditación, poniendo los fines de la universidad al servicio de empresas privadas? ¿De donde diablos sacan que no se han derechizado, si utilizan los mismos mecanismos de contratación laboral que una maquila? Si no les pagan a las y los profesores; si los rectores ganan más de 150 mil pesos al mes; si tienen deudas por 18 mil millones de pesos, dinero que nadie sabe dónde quedó y que tan solo en la UNAM, la administración actual no puede comprobar el gasto de más de 8 millones de pesos; si permiten, solapan y protegen a maestros acusados de acoso y de compra-venta de calificaciones.


Por su puesto que la Universidad Pública en México se derechizó. Se derechizaron sus autoridades, se derechizaron sus planes y programas de estudio, se derechizaron sus condiciones laborales. Pero no fue la 4T quien evitó o impidió este proceso, ni quien ahora lucha contra él, fuimos y somos las y los estudiantes, las y los trabajadores organizados.


Es verdad, las cúpulas pueden estar derechizadas, pero en las aulas, en los pasillos, en los entretelones poco visibles de la vida universitaria, sigue viva la llama de la lucha por una universidad, democrática, justa, al servicio de la sociedad y no de una minoría rapaz. Esa llama se mantendrá viva incluso después de la 4T.