María Días


En las manifestaciones y el asalto al Capitolio por seguidores de Donald Trump ocurrido el pasado 7 de enero aparecieron dos carteles que ilustran no solo el ascenso de los grupos conservadores, racistas y reaccionarios en el escenario político de Estados Unidos, sino también la matriz ideológica que los cohesiona.


En el primero, aparecía la imagen de Trump como “Corazón valiente” (brave heart) portando en la mano izquierda la cabeza de Carlos Marx y en la derecha una espada bajo el grito de guerra: freedom (libertad). Otro cartel, contenía un montaje fotográfico del cuerpo de José Stalin al que sobreponían la cabeza de Joe Biden. Ambos casos tenían un objetivo concreto: denunciar/asociar la figura de Biden con el comunismo.


Hay que recordar que en noviembre pasado el equipo de campaña del expresidente Donald Trump acusó al Partido Demócrata de realizar un fraude electoral financiado, en parte, por dinero comunista. Esto no representó ni por mucho el inicio. En octubre de 2020, el mismo Trump señaló a Joe Biden de comunista y desde 2015 hacía lo propio con Bernie Sanders.


Aunque estos mensajes podrían ser catalogados como un mal chiste o creencias claramente desatinadas, se han convertido en el lugar común en grupos o intelectuales liberales y de ultraderecha, no solo en Estados Unidos, también en Latinoamérica.


Algunos “intelectuales”, militantes, opinólogos o grupos de derecha en América Latina -como FRENA en México-, acusan a AMLO o a Alberto Fernández de comunistas. En días pasados el dirigente empresarial, Gustavo de Hoyos, lanzó el mismo adjetivo al gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, para advertir de ciertas tendencias totalitarias contra la propiedad.


Un análisis, ni siquiera muy riguroso, demostraría que es un gran disparate insinuar que Biden, Sanders, AMLO o Alberto Fernández son simpatizantes o militantes del comunismo. Sin embargo, pese a lo caricaturesco de la analogía, el adjetivo cobra fuerza como recurso de las fuerzas de derecha para marcar a sus adversarios.


¿Cómo puede la derecha continental usar el mismo adjetivo para etiquetar a personas tan disimiles sin siquiera ruborizarse un poco? La respuesta está relacionada a la adopción del individualismo liberal, la propiedad y la libertad de mercado como valores máximos de la derecha y su intento por consolidarla dentro del sentido común.


Según Atilio Boron, en su libro El hechicero de la tribu: Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina, la ideología neoliberal sostiene que toda tentativa del Estado de intervenir en los asuntos económicos desemboca en formas de totalitarismo: fascismo o comunismo, y en algunos casos incluso en keynesianismo (socialdemocracia).


En este sentido, los ideólogos neoliberales, como Milton Friedman en su Libertad de elegir publicado en 1980, o Friedrich Hayek en su libro Camino a la servidumbre de 1944, lanzaron una ecuación a los cuatro vientos a manera de propagada, simple pero fácil de asimilar: Estado = totalitarismo = comunismo, y todo esto representa una amenaza a la libertad individual, a la propiedad y al mercado.


Las ideas por si mismas no se imponen, son las fuerzas sociales quienes las imponen. La derecha utilizó todo un conjunto de aparatos culturales e intelectuales para arraigar en el sentido común en la población todo el ideario liberal y neoliberal. Décadas de propaganda del imperialismo mediante la financiación de editoriales, intelectuales, periodistas, foros culturales, académicos, universidades, libros, medios de comunicación, etc. han dado como resultado que los disparates de asociar Estado con totalitarismo cobren aparentemente coherencia en algunos sectores de la población, como en los simpatizantes del expresidente Trump.


Pero más allá de la aparente confusión de los sectores de derecha es muy conveniente para la elite económica -que no sobra decirlo se ha beneficiado obesamente con los programas de ajuste estructural, las privatizaciones y tratados de libre comercio- asociar cualquier forma de Estado con el totalitarismo, ya que en contrapartida se intentan vincular los ideales de libertad y democracia con neoliberalismo.


Esta conveniente confusión de la ultraderecha permite desacreditar todo programa político y social que garantice derechos a los trabajadores o sectores populares, migrantes, comunidades afroamericanas, mujeres o todos aquellos que por su condición de clase, género o nacionalidad sufran procesos estructurales de marginación social. Y, en contra partida, legitimar las políticas de saqueo y lucro a costa de los derechos sociales u otrora propiedad estatal y social.


El mismo Atilio Boron, en el libro referido, señala que la clase dominante en el capitalismo ha intentado mostrarse como portadora de los valores democráticos y libertarios mediante una dictadura mediática que considera que toda forma de colectivismo, estatismo o populismo cuenta con la misma matriz ideológica del totalitarismo. Lo irónico, escribe el autor de El hechicero de la tribu, es que la tradición del pensamiento democrática no se encuentra en los teóricos del liberalismo, y que a la derecha no le interesa la democracia, sino gobernar ella, y cuando no gobierna, conspira o impulsa golpes de Estado para hacerse del gobierno.


Por desfortuna, la industria cultural de la derecha y ultraderecha neoliberal logró un triunfo importante en el terreno de las ideas. Desde la década de los 90 se han popularizado las ideas de propiedad, libertad individual y mercado como baluartes sociales. Pero también es verdad que la crisis del capitalismo, y particularmente la crisis sanitaria, han desfondado la poca base material que el liberalismo podría usar como ejemplo.
Finalizamos señalando que la pandemia demostró dos cosas, primero, que las promesas de la sociedad neoliberal son mentira y que si las clases populares pretendemos mantener un poco de dignidad requerimos destruirla.

Segundo, el comunismo sigue siendo un fantasma que recorre el mundo, parafraseando a Marx y Engels podemos decir que el comunismo está reconocido como una fuerza y nuevamente ha llegado el momento de que los comunistas expongamos a la faz del mundo nuestras ideas, tendencias y aspiraciones.