Lenin Contreras
Estamos en el peor momento de la pandemia: más de 150 mil defunciones a causa del virus, a nivel nacional el 70 por ciento de las camas Covid están ocupadas. Existen estados donde los contagios desbordaron o están a punto de desbordar los hospitales. La Ciudad de México, Guanajuato y el Estado de México, superan peligrosamente el 80 por ciento de la ocupación hospitalaria.
Tanto autoridades como medios y comentaristas apelan a la falta de responsabilidad individual (que puede ir desde la falta de cuidados hasta la incredulidad ante el virus), como una de las principales causas de la propagación acelerada y letalidad de la pandemia. Porque, como denuncia el crítico literario brasileño Tiago Ferro, “hasta cuando morimos nos culpan de nuestra muerte”.
La realidad es más complicada y escapa al simplismo del sentido común. La explicación de la acelerada propagación y su consiguiente tasa de letalidad es multifactorial. Desde los circuitos de suministros y cadenas de valorización del capital, hasta la difícil asimilación/significación social del conocimiento científico sobre el virus, pasando por la gestión gubernamental de la crisis sanitaria, la debilidad del sistema de salud o la estructura del mercado laboral, todos estos son factores explicativos de la rápida expansión del Covid.
Sabemos que, como lo señala Jonh Bellamy Foster, un estudio etiológico de la enfermedad ha demostrado que el SARS-COV-2, al igual que la propagación de diversos patógenos como el MERS, la gripe aviar, fiebre porcina, SARS, entre otros, están íntimamente vinculados con la ganadería industrial, la deforestación por la extensión de la agricultura capitalista y la introducción al mercado alimenticio de animales exóticos.
También es verdad que el virus encontró poblaciones huésped mortalmente susceptibles, debido a que la ingesta de alimentos altamente procesados provenientes de la industria alimenticia capitalista causa enfermedades como la diabetes, hipertensión, cáncer o el tabaquismo. Y que la privatización de los servicios de salud y la industria farmacéutica en beneficio del capital imposibilita la atención médica necesaria para atender o curar a los enfermos.
O que la construcción de un mercado laboral caracterizado por la informalidad (27 millones), desocupación (10 millones), subocupación (9 millones) y flexibilización (5 millones de subcontratados, uberizados y en teletrabajo) obliga a la gran mayoría de la clase trabajadora a salir a laborar para sobrellevar la vida día a día. Además, la escasez de empleos le otorga a la patronal el poder sobre la masa de fuerza de trabajo para obligarlos a que asistan a los centros laborales, incluso en actividades no esenciales y sin respetar las condiciones mínimas de sanidad que contrarrestarían la propagación de la pandemia (como la sana distancia, proporcionar cubrebocas, caretas, etc.).
Pero existen algunos factores adicionales de corte más subjetivo.
La incredulidad ante los hechos
No es un secreto que miles de personas han mostrado una gran incredulidad ante la pandemia. Esta posición ha sido propagada por youtuberos, influencers, cantantes y empresarios, todos ellos nulamente calificados para hablar sobre fenómenos epidemiológicos. Salinas Pliego, empresario favorito de la 4T, ha subestimado los efectos mortales del Covid, señalando que “el Covid es solo una gripita”; Elon Musk, el magnate dueño de Tesla, reiteradamente expresa sospechas sobre la veracidad y necesidad de las pruebas.
Media docena de cantantes se han unido al movimiento antivacunas. Empresarios se han opuesto a las medidas de confinamiento; algunos más señalan que los “encierros” por Covid violan las libertades individuales y que, sumado a la utilización del cubrebocas, no es más que un intento de control de la población para instaurar un Estado de excepción o totalitario.
Es cuestionable que las personas guíen sus juicios sobre el Covid por lo que dicen cantantes, empresarios y otros. Pero lo que está detrás de todo el bagaje de suspicacias conspiranoicas son dos expresiones diferentes de una misma matriz ideológica. Primero, la ausencia social de un juicio racional fundado en una concepción y apreciación científica del mundo. Segundo, el resultado de la exacerbación de los valores del individualismo liberal propagados hasta el asco por los órganos culturales hegemónicos del neoliberalismo.
Aunque no es exclusivo, la escuela neoliberal es uno de los principales factores que ha castigado la enseñanza y popularización de la ciencia. El oscurantismo pedagógico ha sido el fundamento de las reformas educativas de 1992, 1993, 2013 y 2019. El currículum oculto expresado en el paulatino abandono de la ciencia en la escuela ha formado en la población un sentido común ajeno a los juicios científicos, en otras palabras, la escuela no ha contribuido a que la ciencia se arraigue y tenga validez a la hora de enjuiciar la realidad. A cambio, la escuela neoliberal promueve todo el ideario liberal proveniente de las diciplinas administrativas y agencia de recursos humanos, como el emprendurismo, la excelencia, la inteligencia emocional, el coaching, y las habilidades digitales.
La incredulidad social y los delirios conspiranoicos también son cultivados por la histórica manipulación de los medios y la falta de confianza de millones de personas en las instituciones gubernamentales. Como diría el lingüista norteamericano Noam Chomsky, “las mentiras de los medios y la desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos”. Y en estos momentos la gente no cree en el hecho de que la pandemia existe y es letal.
Por su parte, el capitalismo del desastre, llamado así por Naomi Klein, permite que las grandes corporaciones transnacionales obtengan multimillonarias ganancias derivado de hacer negocios con la pandemia exhibiendo a una elite capaz de hacer cualquier cosa para ampliar sus fortunas. ¿Qué respuesta se espera de una trabajadora que observa como pese a que ella es incapaz de pagar una hospitalización para un familiar enfermo, las grandes farmacéuticas (Moderna, Pfizer, AztraZeneca) o empresas de tecnología y telecomunicación (Uber, Zoom, Amazon, Tesla) incrementan obscenamente sus utilidades?
La ausencia social de un juicio racional y científico contribuye a la incredulidad ante los hechos, ante la pandemia y ante las medidas de prevención, y, por otro lado, motivan la propagación de creencias falsas y sin fundamento. La incredulidad ante el Covid es una de las consecuencias, la aceptación de creencias cospiranoicas es la otra.
“No somos responsables de las enfermedades mentales que las instituciones de gobierno y la gente que está en los puestos de poder han infringido a nuestro pueblo”, estas poderosos palabras fueron las pronunciadas por Tamika Mallory, activista del movimiento “Las Vidas Negras Importan”, durante protestas en Minnesota, Estados Unidos, en marzo de 2020, como respuestas ante la campaña de criminalización de las protestas radicales contra el asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd.
Es verdad, no somos responsables de que durante años la industria cultural, los medios o la escuela neoliberal hayan cultivado el virus de la ignorancia y la frivolidad en el sentido común del pueblo, hayan construido una subjetividad colectiva que no cree lo que ve. La conciencia colectiva de los fenómenos se crea socialmente, no a voluntad del individuo, como diría Carlos Marx, “no es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.
La ignorancia, prejuicios, falsas creencias propagadas premeditadamente en las masas populares para hacerlas más débiles y subordinadas, son hoy, evidentemente, uno de los principales factores que dinamizan la acelerada propagación del virus.
No somos responsables. Reducir a la responsabilidad individual la propagación del virus y la crisis del sistema hospitalario es un intento del capitalismo de socializar la culpa y privatizar las utilidades. No asumimos que en la suma de nuestros actos individuales se encuentre la raíz de la tragedia nacional.