Por María Diaz.


El feminismo está en ascenso, tal es su influencia que escuchamos voces que de manera abierta señalan que estamos en plena Cuarta Ola. Si nosotras entendemos por Ola Feminista como una irrupción de movilizaciones y movimientos, así como una creciente presencia en el debate público de sus diferentes reivindicaciones y tendencias (feminismos), podemos señalar, con razón, que esto es así.


Sin embargo, los feminismos de esta Cuarta Ola son muy heterogéneos, lo cual nos obliga a preguntarnos: ¿Qué tipo de feminismo necesitamos? ¿Qué es el feminismo para nosotras? y aún más ¿Qué características debería tener para ser una verdadera herramienta de transformación histórico-social y de emancipación de la mujer?


Contemporáneamente el feminismo que domina la esfera del debate público es el feminismo liberal-burgués o pequeñoburgués. El cual consiste en plantear al feminismo como una búsqueda por el reconocimiento igualitario entre mujeres y hombres, la repartición del poder entre estos, la eliminación de las brechas existentes y el control de las mujeres sobre su propio cuerpo, etc.


El feminismo liberal burgués, supone que es posible la emancipación de la mujer dentro de los límites de la sociedad capitalista. Se encuentra fuertemente arraigado en las ONG’s, Asociaciones Civiles, en las instituciones gubernamentales o incluso en el mundo académico.


Sin embargo, a lo largo de la historia del feminismo, muchas corrientes dentro del movimiento han señalado las profundas omisiones o limitaciones de las concepciones del feminismo liberal, debido a que las bases de las que parte lo hacen incapaz de eliminar radicalmente las diferentes formas de opresión, discriminación y explotación que viven las mujeres en su cotidianidad.


El feminismo liberal omite que la opresión patriarcal está inherentemente vinculada al capitalismo, es parte de una totalidad histórico social que no puede ser fragmentada y que, por tanto, no se puede acabar con él, sin acabar con el capitalismo.


Así, las mujeres obreras de las maquiladoras no pueden entender la emancipación y eliminación de su opresión como mujeres, sin considerar la explotación a la que están sometidas. La dictadura que la máquina ejerce sobre los ritmos y movimientos del cuerpo de la obrera (y del obrero), hacen de la idea del control y empoderamiento sobre el propio cuerpo, una aspiración inalcanzable en el capitalismo. Para los millones de mujeres proletarias que trabajan en la precarizada industria textil, en el mundo invisibilizado del trabajo doméstico y de cuidados, como esclavas sexuales o víctimas de la trata, la posibilidad de participar en la repartición del poder está impedida por su condición de clase.


De la misma forma, para las mujeres indígenas es difícil hablar de eliminar la opresión si no se considera el fin del saqueo y explotación que el colonialismo y el imperialismo imponen sobre sus vidas y sus comunidades.


En las recientes movilizaciones contra el racismo en los Estados Unidos, se ha visibilizado que la discriminación de la comunidad afroamericana no es un error del sistema de justicia americana, sino que el sistema mismo es el problema, ya que está construido con base en la racialización de los criterios de justicia de las instituciones del Estado. La violencia estatal racista es estructural a la fuerza policial, porque, como diría Angela Davis: “el racismo está inherentemente vinculado al capitalismo”.

Es un error creer, como lo hace el feminismo liberal, que podemos combatir la opresión de las mujeres afros por medio de acciones o esfuerzos individuales, pues parte del error de asumir que lo podemos combatir o erradicar, es dejando intacto al capitalismo que fortalece y reproduce.


La guerra, la pobreza y el cambio climático resultantes de la acumulación de capital, han impulsado verdaderos éxodos de millones personas que buscan algunas condiciones para sobrevivir. Sin embargo, en distintas partes se ha desatado una fuerte oleada de discriminación contra las poblaciones migrantes, a las que erróneamente se les responsabiliza por las condiciones de precariedad laboral y superexplotación de las que sólo se beneficia la patronal.

El capitalismo aprovecha las condiciones de las mujeres migrantes, obreras, indígenas y racializadas, sometiéndolas a dobles y triples cargas de trabajo, demostrando que las tareas de los cuidados son un problema de clase, raza y condición migratoria, que el feminismo liberal generalmente omite.
¿Se pueden eliminar las opresiones y explotación de las mujeres en el capitalismo, cuando este se ha construido a partir de la explotación de los pueblos? ¿Podemos creer, ingenuamente, que la modificación legal de una ley por aquí y otra por allá puede darnos como resultado la emancipación social de las mujeres?


Esta situación no solo expone las limitaciones del feminismo liberal, también demuestra los límites del feminismo separatista pequeñoburgués. ¿Acaso las mujeres migrantes pueden separar su lucha de las poblaciones de migrantes, que apenas sobreviven en condiciones laborales y de vida profundamente precarias? ¿Qué respuestas da el feminismo pequeñoburgués, a las políticas migratorias de las fuerzas de centro o demócratas-liberales que utilizan a los militares y al ejército para contener a la gente que busca escapar del horror que representa la violencia y la pobreza de los pueblos del tercer mundo?


Para muchas mujeres la visión separatista, (proveniente de un feminismo conocido como “radical”) simplemente es incompatible con sus formas de organizar sus vidas. Un claro ejemplo es el caso de las mujeres indígenas, afrodescendientes u obreras, para quienes la construcción de un mundo libre de opresión y explotación pasa por una visión comunitaria, anticolonial y anticapitalista, cuyas luchas las unen en la práctica con los hombres que padecen los mismos sufrimientos.


El feminismo hoy, en esta Cuarta Ola, debe ser una herramienta de transformación radical de la sociedad capitalista, no un mecanismo que ayude a que nuestras opresoras y explotadoras también tengan rostro de mujer. Es por eso, que ampliar la presencia e influencia política del feminismo socialista, es una necesidad urgente, si pretendemos que nuestra lucha por la emancipación de la mujer sea eficaz y efectiva.