Carlos Mendoza


Estamos seguros de que una medida preventiva ante la pandemia es quedarse en casa y no salir, si no es necesario; sin embargo, para las millones de personas de América Latina, que viven al día en trabajos informales (alrededor 140 millones de personas, que representan el 53% del total de los trabajadores y trabajadoras de la zona según la OIT), sumado a quienes despidieron injustificadamente, no es una opción mantenerse en sus hogares a morir de hambre.


Las medidas tomadas por algunos gobiernos de derecha y ultraderecha de la región para brindar ayuda a las personas, han resultado ser paliativas, por no decir insuficientes, pues en la mayoría de los casos las personas no podrán subsistir y en el peor escenario ni si quiera existen programa para atender la emergencia sanitaria.


En lo bochornoso tenemos a Brasil (que sólo invierte el 3.8 por ciento del PIB en salud), como el líder en el número total de contagios de la región con más de diez mil. Con declaraciones que rayan en lo absurdo o abiertamente en el fascismo, Bolsonaro ha minimizado el impacto del COVID-19 en la población y lo ha calificado como “una gripecita”.


Pero el caso más alarmante es sin duda Ecuador (el tercer lugar en contagios), donde la capital económica, Guayaquil, tiene en sus calles a decenas de muertos por la pandemia que no son recogidos por el cierre de funerarias, pero que también murieron por el deficiente sistema sanitario y por negligencia del gobierno de Lenín Moreno.


El Salvador -tan vanagloriado por sentido común y por la derecha- ha demostrado que también tiene deficiencias en la operatividad. El presidente Nayib Bukele optó por pedir un préstamo al Fondo Monetario Internacional (FMI), el discurso fue que con esa liquidez los ciudadanos salvadoreños podrían mantenerse en casa y no tendrían ningún problema. Sin embargo, el sistema colapsó, fue imposible entregar los recursos por la enorme corrupción de las estructuras gubernamentales, por si fuera poco, el costo de la deuda básicamente supone empeñar el país.


Lo más aberrante, es que en plena crisis sanitaria el imperio estadounidense, aliado al gobierno de Colombia, Ecuador y Brasil, atente contra el pueblo de Venezuela una vez más. Sí, en plena pandemia donde Estados Unidos, el país con más contagios en el mundo, insiste con su guerra de rapiña con la cual busca apoderarse del petróleo venezolano.


Está claro que, en la región Latinoamericana, que ya cuenta con más de 40 mil casos diagnosticados y con más de mil quinientas muertes, merece mejores gobiernos; representantes populares que decidan priorizar la vida sobre el dinero, que inviertan más en salud. Que vean a la salud pública como un derecho humano y no como una mercancía. Que tengan una visión desde la gran mayoría de la población que somos la clase trabajadora y que no cuide los intereses de esa minoría empresarial a la cual no importamos.