Este 8 de marzo se cumplen 110 años de que la socialista alemana, Clara Zetkin, propusiera en el encuentro de mujeres socialistas, realizado en Copenague, Dinamarca, el retomar un día para conmemorar y mostrar solidaridad con las luchas de las mujeres obreras que tanto en Estados Unidos, como en Europa se organizaban en huelgas en contra de la explotación capitalista. Ente las demandas de las obreras estaban una reducción de la jornada laboral y un aumento en el salario.
Dentro de las movilizaciones obreras más recordadas en esta fecha, está la ocurrida en marzo de 1857, cuando las obreras de una fábrica textil de Nueva York que se declararon en huelga contra las desgastantes jornadas y salarios miserables fueron reprimidas por la policía. Sin embargo, esta acción dio origen a uno de los primeros sindicatos de mujeres.
También recordamos lo acontecido en marzo de 1909, cuando 146 jóvenes murieron calcinadas en el incendio de la fábrica de blusas Triangle, donde laboraban tras ser encerradas por sus patrones. Mostrando ya desde entonces, lo poco que valen las vidas de las mujeres para un sistema basado en la explotación y opresión, el cual considera a las personas sólo como fuerza de trabajo o consumidores.
En 1909 también se realizó una huelga de 30 mil obreras que, al igual que la ocurrida en 1857, fue reprimida, pero en esta ocasión las obreras ganaron la simpatía de estudiantes, sufragistas, organizaciones populares y socialistas, entre otros sectores de la sociedad.
Fue en 1917, en Petrogrado, Rusia, cundo se instauró el día como una conmemoración internacional debido a la manifestación protagonizada por las obreras textiles bajo la consigna “Pan, paz y libertad”, la importancia de este último acontecimiento es enorme, considerando que fue uno de los detonantes para el inicio de la revolución obrera en octubre de ese mismo año. Finalmente, fue en 1952, que la Asamblea General de las Naciones Unidas en sesión solemne declaró el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.
Con el paso del tiempo los medios de comunicación, el Estado y el mercado le fueron quitando todo el sentido político y de lucha a esta fecha, convirtiéndola en una conmemoración más parecida al 14 de febrero, donde te felicitan por ser mujer. Hombres, incluidos aquellos que acosan y hostigan, regalan rosas y chocolates. Se resalta una figura estereotipada, moralina y vacía del ser mujer.
Esta fecha que surgió de la lucha de las mujeres obreras mostró que una buena parte de la población femenina padece la opresión que genera el vivir en un sistema patriarcal amalgamado con la explotación cotidiana que la mayoría vivimos. Así, esta lucha es una expresión de la pertenencia de clase y de género, de la mayoría de las mujeres. Por lo que un feminismo que no contemple esta unión tanto de demandas laborales y que no exija el mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras, que no haga suya la lucha contra la desesperación que genera la precariedad que motivó la organización y lucha de aquellas mujeres de principio de siglo, pero las de este también, no las incluye.
La vigencia de la lucha obrera
Ahora bien. ¿Qué tan vigentes siguen siendo las consignas que dieron vida al 8 de marzo? Creemos que son muy pertinentes. El recordar el origen de la conmemoración es útil no sólo como dato histórico, sino porque nos ayuda a recobrar una serie de demandas que se agregan a las que ya hemos salido a exigir, ya que la inclusión de éstas implica luchar por mejorar la vida de la mayoría de nosotras.
Somo una generación de mujeres que está siendo condenada a la desesperanza que genera la falta de certidumbre que el mundo laboral nos ofrece hoy en día, porque podemos pasar toda nuestra vida siendo explotadas en condiciones laborales ilegales y nunca acumular un solo año de antigüedad, ni contar con un solo derecho. Sí, esos mismos derechos por los que esas mujeres de las que hablamos antes lucharon y por los que muchas de ellas dieron la vida.
Desde 2018 las mujeres, no solo en México sino en el mundo, hemos ido recuperando el 8 de marzo como una fecha de lucha. Es en ese año que los paros y las huelgas volvieron a sonar y mostrarse como forma de lucha de las feministas, en una alusión a la lucha de las mujeres obreras que dieron origen a la conmemoración.
Ahora bien, hablar sobre la situación de las mujeres trabajadoras es muy complejo, porque también en este sector existe una gran diversidad, pero de entrada la violencia está en nuestra cotidianidad, como mujeres 2 de cada 3 ha sufrido violencia de género. El miedo que genera este contexto es cotidiano.
Al ser la mujer trabajadora la responsable del trabajo reproductivo, doméstico y de cuidados debemos destinar buena parte de nuestro tiempo a estas actividades, un 65 por ciento, frente a un 22 por ciento del que destinan los hombres. Aunado a lo anterior, esta carga de trabajo no remunerado en el hogar presiona a las mujeres a aceptar condiciones laborales más flexibilizadas y por tanto precarizadas.
La flexibilización, que se vende como la gran panacea para la inclusión laboral de las mexicanas, implica no solo que no se cuenta con un horario fijo, puedes trabajar 4 horas o 12 si así se requiere, lo que implica que el salario también está flexibilizado, condenando a la precariedad a las trabajadoras.
Pero la flexibilización laboral implica mucho más. Sus múltiples manifestaciones, como la subcontratación, la informalidad, la subocupación, entre otras, tienen rostro de mujer, ya que es este sector el que cuenta con las mayores tasas de crecimiento en las estadísticas del trabajo flexibilizado. Esta situación es la que consagra la doble y triple jornada de trabajo que realizamos las mujeres. Es decir, la actual forma de producir mercancías se basa en que las mujeres nos incorporemos al mercado de trabajo, en condiciones precarias y sin derechos, pero que sigamos haciéndonos cargo de las tareas que sostienen la vida, que son las que se realizan en el hogar. Por eso, hablar de trabajo doméstico y de cuidados, de su importancia y exigir su reconocimiento es parte fundamental de nuestra agenda de lucha.
Un indicador de la precarización del trabajo femenino puede observarse de forma clara en la desigualdad salarial. Un dato es suficiente para ilustrar este tema: según el Instituto Nacional de Geografía y Estadísticas (INEGI) en su Encuesta Suplementaria de Ingresos (ESI) de 2018, la brecha salarial en el ingreso de las mujeres es de -27,2 por ciento. Sí, las mujeres ganamos casi el 30 por ciento menos del salario que ganan los hombres por el mismo trabajo realizado.
La precariedad elimina la estabilidad y certidumbre en el empleo, y con ello, a los bajos salarios, se le suma la pérdida de vacaciones, aguinaldo, menor contratación colectiva, menor cobertura de seguridad social, etc. Esta situación, propia del régimen de producción capitalista, fue profundizada en nuestro país a partir del 2012, por medio de la legalización del outsourcing. Y señalarlo ahora es más pertinente que nunca, porque justo se discuten en el Congreso distintas propuestas, para regularlo, lo cual nos parece insuficiente, ya que creemos que para dignificar el trabajo para nosotras y las futuras generaciones de mujeres trabajadoras, esta figura debe desaparecer.
Para ilustrar la importancia que este tema tiene y lo que ha implicado en términos de precarización, veamos el comportamiento del salario por nivel de ingreso de la PEA.
Primero: existe un incremento generalizado de los empleos mal pagados y precarios a partir de la aprobación de la reforma laboral de 2012 que legalizó la subcontratación y otras formas de flexibilización. Lo anterior se observa cuando los trabajos que remuneran ingresos equivalentes a menos de 2 salarios mínimos se han incrementado en casi 8 millones. Mientras que los trabajos con ingresos superiores a tres salarios mínimos se redujeron en 600 mil y los que remuneran más de 5 bajaron en casi 2 millones y medio. En otras palabras, desde 2005 a 2018, se ha incrementado la precariedad laboral en forma general, pero esta tendencia se ha profundizado a partir de 2012 (gráfica 1).
Fuente: Elaboración propia con datos INEGI Anuarios Estadísticos por Entidad Federativa 2018
Un análisis con perspectiva de género además demostraría que la precariedad afecta de forma más profunda en las mujeres trabajadoras. Si analizamos la configuración de la PEA por sexo en el año de 2005 a 2018, aparece que en términos proporcionales, las mujeres trabajadoras con ingresos de un salario mínimo son más que los hombres. En el periodo analizado, las mujeres con este ingreso pasaron del 20.2 al 22.5 por ciento. Mientras que en el mismo periodo del total de trabajadores que percibían un salario mínimo pasaron de 11.5 al 12.3 (gráfica 2).
Fuente: Elaboración propia con datos INEGI Anuarios Estadísticos por Entidad Federativa 2018
Si analizamos los siguientes niveles de ingreso observamos que mientras más alto es el nivel salarial, más crece proporcionalmente la ocupación masculina. Las mujeres trabajadoras que ganan de 1 a 2 salarios mínimo, pasaron de 2005 a 2018 del 25.9 al 29.4 por ciento. La precarización salarial es un fenómeno general, pero que tiene mayor impacto en la parte de la PEA femenina. Sin embargo, es a partir del 2012, justo cuando se aprueba la reforma laboral, que la precarización se acelera impactando de forma más clara a las mujeres trabajadoras.
Las mujeres enfrentamos pues, mayores obstáculos para alcanzar un salario remunerador que los hombres y la flexibilización laboral ha venido a empeorar nuestras condiciones de vida, arrebatándonos los derechos que las mujeres obreras lucharon por obtener desde principio del siglo XX, como una jornada laboral y salario dignos. También el derecho a la organización sindical, el cual se pierde con la flexibilización debido a la inestabilidad laboral, pero también debido a lo fácil que resultan los despidos.
Conclusión
Queremos decir que hoy más que nunca reivindicar el 8M y el ejemplo de las mujeres que le dieron origen es importante. Recuperar el sentido de clase de esta fecha nos permite repensar nuestras condiciones de vida y lo poco que el actual modelo económico nos ofrece, solo así nos plantearemos qué queremos para nosotras y qué viene después de nosotras.
Realmente son muy pocas las mujeres que se ven sólo afectadas por la opresión de género. De ahí la necesidad de interseccionalidad del feminismo, porque sólo un feminismo que luche contra el racismo (que es otro tema que merece toda nuestra atención) puede entender las opresiones propias de las mujeres afro e indígenas, sólo un feminismo que luche contra el imperialismo extractivista puede hermanarse con las demandas de las mujeres defensoras del territorio, en su mayoría también indígenas, solo un feminismo que luche contra la explotación a la que están sometidas las mujeres trabajadoras, puede hermanarse con éstas y sus luchas cotidianas, además de pensar en acabar con todas las formas de opresión y explotación.
Es por eso que pugnar por recordar las enseñanzas que nos deja el origen del 8 de marzo es hoy más que nunca importante y necesario. Estamos en la ruta de una verdadera revolución feminista del mundo, la cual tiene como limite el que nosotras le queramos poner. Nosotras, como muchas, pensamos que el feminismo es una poderosa arma transformadora, el reto está en poder imaginar de forma colectiva el mundo que queremos.