Itzury Cruz

 

Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero.”

– Flora Tristán

La discriminación de la mujer es practicada en diversos ámbitos: sociales, políticos y laborales. La discriminación laboral se manifiesta cuando, teniendo la misma formación, capacidad, nivel de estudio y experiencia que los varones, estadísticamente tienen menos acceso a un trabajo o a puestos mejor remunerados, es decir, reciben un trato inferior.

A pesar de algunos avances focalizados en la materia, este trato inferior se explica solamente a través de la normalización de la misoginia y el machismo en nuestra sociedad, que afectan las normas y patrones de conducta; éstas influyen en un nivel psicológico y material, el desarrollo y progreso de la trayectoria laboral de las mujeres, pues al creer que no son capaces de desempeñarse satisfactoriamente en diversas actividades, son víctimas de discriminación, reforzando la idea, hasta en ellas mismas, de que no pueden desarrollar sus habilidades.

Esta idea de la supuesta inferioridad intelectual y física de las mujeres surge desde la edad media y se va reforzando durante el desarrollo, maduración y transformación del capitalismo, pues como bien menciona Silvia Federici en su libro “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria” el sometimiento de las mujeres fue un paso crucial para que el capitalismo pudiera desarrollarse y subyugar a la naciente clase trabajadora, y que, para lograr su cometido, tenía que poner en práctica una política sangrienta, de asesinato, rechazo, discriminación, explotación y deshumanización de las mujeres.

La política de deshumanización de las mujeres, que las señala como criaturas inferiores carentes de los derechos humanos más básicos, sigue vigente hasta nuestros días, y lamentablemente, más normalizada que entonces.

La situacion laboral de las mujeres trabajadoras

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la brecha salarial por género es en promedio del 20 por ciento, es decir, las mujeres en general reciben menos salario, aunque hagan el mismo trabajo, además que un 45.3 por ciento de las mujeres tienen empleo, frente a un 71.4 por ciento de los varones. Esta situacion demuestra la dependencia económica, la cual se refuerza con la tasa de participación en trabajos remunerados, misma que señala que 7 de cada 10 hombres tiene un trabajo remunerado, frente a 4 de cada 10 mujeres.

En el ámbito profesional en específico, un estudio del COLMEX afirma que el 87.8 por ciento de los varones que tienen estudios universitarios participan en la economía de manera formal, pero en el caso de las mujeres este porcentaje se reduce a sólo un 20 por ciento.

Según datos de la Secretaría del Trabajo y Previsión social, de las 19.9 millones de mujeres que trabajan 14.7 millones son madres, de estas últimas 4.3 millones se encargan solas de mantener un hogar.

A esto se suma la llamada “doble jornada”, lo que quiere decir es que las mujeres trabajadoras, aparte de tener un trabajo que consume de igual forma su estado físico y mental (aunque reciba menos salario) todavía tiene que llegar a casa a realizar quehaceres domésticos, como lavar, planchar, barrer, trapear, hacer las camas, ver qué hace falta y comprar el mandado, hacer la comida, servir, cuidar, trasladar a la escuela y recoger hijas e hijos en caso de que los tenga, estar al pendiente de sus tareas, comprar medicamentos, llevar a citas médicas, etc. Esas que llamamos “Súper mamás” o “Todólogas” romantizando su pesada carga, o “Mamá luchona” de forma despectiva, no es más que una mujer sobre cuyas espaldas recaen los roles de género respaldados por viejos estereotipos de lo que debe y tiene que hacer una mujer, sin quejarse y sin derecho a cansarse. ¿Cuántas veces no vemos a comediantes burlándose de esta condición al usar frases como “Nadie me ayuda en esta casa” o “Cuando me muera no sé qué van a hacer”? Tras las risas que provoca aceptar que más de una vez lo hemos escuchado, se esconde una mujer que está realizando una doble jornada embrutecedora y extremadamente agotadora tanto física como mentalmente.

Las mujeres, a pesar de trabajar fuera de casa, no suprimen las labores del hogar como sí lo hacen otras personas en casa que “llegan cansados del trabajo”. Las mujeres dedican 39 horas a la semana a las labores domésticas, mientras los hombres 8 horas, así lo señaló el Estudio de la Paternidad presentado por la Fundación Mexicana de la Planeación Familiar.

Esta carga de trabajo representa un obstáculo para su desarrollo social, económico y político. Pues por la presión de atender el hogar porque los estereotipos machistas dicen que la mujer tiene que hacerlo, entonces ellas renuncian a trabajos, planes, metas, relaciones de amistad o familiares, lo cual acarrea problemas de salud mental y física.

Ésta y otras condiciones en la cerrazón de oportunidades hacen que muchas de ellas terminen por optar quedarse en casa y dependan económicamente de alguien más, como ocurre con el 80 por ciento de ellas, o bien, que quienes sí encuentran un empleo flexible, éste tenga los más bajos salarios, sean inestables y/o les ofrezcan pocas o nulas prestaciones.

En México, así como en el mundo entero, la pobreza tiene rostro de mujer. Existe una fuerte relación entre la brecha salarial por género y la situación de pobreza. Si bien la pobreza es de origen estructural, nacida del funcionamiento del capitalismo, la desigualdad y discriminación de género ayuda a perpetuarla y normalizarla. La falta de oportunidades de acceso a la educación, la enorme diferencia en la distribución del trabajo doméstico, la carencia de ofertas laborales dignas y dependencia económica, el acoso sexual callejero, laboral y estudiantil, el feminicidio, y otras numerosas violencias, son las que complican el desarrollo humano de las mujeres.

En México, la mayoría de las madres (54.6%) tienen un estado civil de casada, pero no tienen derecho a propiedad, 1 de cada 4 (24.8%) son jefas del hogar, y sobre ellas recae la jornada laboral y la doble jornada del trabajo doméstico NO-REMUNERADO.

Los marcos legales

La Ley Federal del Trabajo y La Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, son herramientas jurídicas que pueden auxiliar en casos de discriminación laboral por género, ya que son letra muerta si no exigimos con organización su cumplimiento y mejora.

En ellas podemos encontrar, por ejemplo: Restricción de horas extra o nocturnas a embarazadas, además de evitar trabajos de riesgo, a ello se suma un salario completo, descansos obligatorios, prestaciones y conteo de días de permiso prenatales y posnatales en el registro de antigüedad, derecho a media hora de lactancia e infraestructura necesaria.

También se encuentra estipulado erradicar todo tipo de discriminación, exclusión o restricción por sexo, preferencias sexuales o estado civil, respecto a este último recordemos a numerosos anuncios de trabajo que piden estado civil de soltera y sin hijos.

No se debe obstaculizar la participación social, económica o cultural por razones de género, debemos tener las mismas posibilidades y oportunidades al uso, control y beneficio de bienes, servicios y recursos de la sociedad. Todas las relaciones sociales, programas y legislaciones de cualquier tipo deben incluir lenguaje no sexista y perspectiva de género. Los medios de comunicación deben transmitir una imagen igualitaria, plural, no estereotipada de mujeres u hombres, etc.

La expedición de estas leyes, no fue por la buena voluntad de gobernantes y legislativos, sino por la exigencia del movimiento social organizado; sin una voz que grite, no hay oídos que la escuchen. Aún hay mucho por hacer y derechos por conquistar. Las mujeres trabajadoras todavía no tienen igualdad de oportunidades y acceso, recientemente el gobierno hizo un recorte a guarderías y un porcentaje muy bajo pertenece a algún sistema de seguro social, que además es mínimo y con lista de espera de hasta 6 meses.

Para finalizar

El acceso a una vida digna como mujer trabajadora y como madre en México, es extremadamente difícil y no sólo es una cuestión de elección. Es un problema estructural; del capitalismo al bajar los costos de la mano de obra a partir de la explotación y sometimiento de las mujeres, y un problema estructural del patriarcado, al relegar las tareas de reproducción y del hogar a las mujeres y cerrarles el camino para que se desarrollen en otros ámbitos sociales y políticos. El sistema capitalista-patriarcal resulta incompatible con nuestros derechos y con el desarrollo pleno no sólo para las mujeres, sino para todo ser humano y ser vivo en el planeta, pues no sólo termina con la energía de las y los trabajadores, también acaba recursos, animales y ecosistemas completos.

Si bien a mediano plazo, con organización y un programa político donde el pueblo plasme sus necesidades más inmediatas se pueden hacer mejoras jurídicas y cambios sociales, solamente una transformación completa del sistema capitalista-patriarcal nos permitirá vivir dignamente y en armonía con nuestros iguales, y nuestro planeta.