No me cuidan, me violan. Seguimos siendo asesinadas, ultrajadas, violadas. Seguimos siendo los cuerpos desechables, los territorios de conquista de la violencia machista del Estado patriarcal.

¡Y no, no exageramos! La violencia machista, arraigada profundamente en la familia, la colonia, los centros laborales, las instituciones del Estado, no sólo mata, no solo convierte los cuerpos de las mujeres en objetos asesinables, violables, golpeables; también nos criminaliza, por atrevernos desafiar, a gritar y luchar contra la violencia.

En este contexto queremos decirles a las voces que el lunes pasado manifestaron una rabia que es de todas, que las escuchamos, que la sentimos en lo más profundo, porque vivimos la misma realidad violenta que ve en nuestros cuerpos el territorio de conquista y escarmiento.

Nos sumamos a las voces que denunciaron los casos de violaciones perpetradas a manos de elementos de seguridad pública del gobierno de la CDMX:

El primero ocurrido el 10 de julio, cuando una mujer de 27 años fue secuestrada y violada por dos policías en el Hotel Pensilvania, ubicado en la Colonia Tabacalera.

El segundo caso, la madrugada del 3 de agosto, cuando una menor fue violada de forma tumultuaria en Azcapotzalco.

Y el tercero, el del 8 de agosto, cuando un policía abusó de una menor en los baños del Museo Archivo de la Fotografía.

Estos tres casos, han despertado la rabia y la indignación, no por ser los únicos, sino porque son una clara muestra de la violencia estructural que de forma institucionalalizada se practica contra nosotras. Contra niñas, adolescentes, madres y hermanas.

Estos tres casos, muestran lo que ya sabemos, pero lo que la indolencia y la premeditada ceguera de los gobiernos intenta obviar: que la violencia contra las mujeres se reproduce por medio de la violencia de un Estado cómplice, de un Estado machista, de un Estado patriarcal y feminicida.

Quizás haya a quienes les resulte una exageración nuestra protesta. Quizás, les resulten violenta nuestra rabia, quizás para aquellos que no tiene que sufrir la angustia de saber que su hija sale de su hogar a la escuela bajo la amenaza de las oscuras mañanas; para que aquellos que no tienen que vivir el miedo de caminar a casa después de una jornada laboral o escolar, para aquellos que si gozan de la seguridad que les da su poder; resulte radical la exigencia de justicia y seguridad.

Sin embargo, para quienes acusan de provocación nuestra indignación, les queremos recordar que estos tres casos son solo los más recientes de una guerra que el Estado ha desatado contra las mujeres, esta guerra no inicio ayer, es una realidad que ha cobrado vidas a diario durante ya tres décadas.

Esta guerra contra las mujeres ha sido de largo aliento cuyo saldo es de 9 feminicidios diarios. Es tan clara esta guerra que incluso es Estado mexicano ha tenido que declarar en el 56 por ciento del territorio nacional la Alerta de Género.

Recordamos que esta guerra tiene antecedentes, como lo mostraron los feminicidios del Caso del “Campo algodonero”, que da cuenta de la responsabilidad del Estado en los asesinatos de Claudia Ivette González, Esmeralda Herrera Monreal y Laura Berenice Ramos Monárrez.

Esta guerra contra las mujeres la vivió Valentina Rosendo, cuando en el 2002, entonces con 17 años, fue abusada y torturada sexualmente por miembros del Ejército mexicano, situación enjuiciada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), desde 2010 y por un tribunal local apenas el año pasado, justamente porque el encubrimiento institucional es la norma y no la excepción.

Una guerra, que, en 2006 en San Salvador Atenco, visibilizó la utilización de la violencia sexual: violación y tortura contra 11 mujeres, como métodos de contrainsurgencia y control de la población.

Las irregularidades cometidas por el gobierno de la Ciudad de México, en la investigación de la denuncia presentada por una menor de edad tumultuariamente ultrajada, por medio de la mañosa “filtración” de la información a los medios con la finalidad de que esta se usara para presionar a la menor y su familia de no continuaran con el proceso, es la clara muestra de la continuidad de esta guerra.

A Ernestina Godoy procuradora y Claudia Sheinbaum jefa de gobierno de la CDMX, les respondemos que nosotras sabemos que no hay justificación para evitar la investigación, la violación se persigue de oficio y es su actitud de encubrimiento lo que ha entorpecido el proceso y puesto en riesgo la integridad emocional y física de la menor y su familia.

Pero también volteamos a ver a nuestra realidad porque ya no podemos cerrar los ojos a la violencia que amenaza a diario nuestras vidas. En Michoacán, la guerra contra las mujeres aparece bajo la forma de ineptitud y violencia institucional, omisión, complicidad y permisibilidad de la violencia machista y feminicida.

Como el caso de la luchadora social Cristina Paredes, detenida temporalmente y torturada por elementos de la Secretaría de Seguridad Pública de Michoacán y personal de la extinta Procuraduría General de Justicia del Estado, el 2 de mayo de 2017.

Bastaría recordar el caso de Nilda Francisco de la Cruz, estudiante de la carrera de Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo, reportada como desaparecida desde el pasado 17 de marzo, y que a casi cinco meses no hay rastro de su paradero, ni intención de la institución de Seguridad Pública de una investigación seria.

El clima de violencia tolerado y fomentado por el Estado es tal, que según datos de la Fiscalía General de Michoacán (FGM), en 2016 se registraron 138 casos de mujeres asesinadas; en 2017, 139; en 2018 162 y en seis meses del 2019 se han registrado 53 homicidios contra mujeres.

Ante la guerra en que vivimos, ante los feminicidios, ante la violación, ante la violencia institucional, ante la brutalidad del patriarcado, es necesario la manifestación pública, la denuncia, la rabia y la indignación.

Porque las mujeres víctimas del feminicidio no regresan, porque las desapariciones forzadas contra nosotras no se relven; porque la violación contra las mujeres no se repara; porque son las instituciones que prometen seguridad las que nos violentan; por que la brutalidad del patriarcado no da tregua, es momento de acabar contra la violencia machista institucionalizada.

Siempre hemos sabidos que el Estado patriarcal nos mata, nos viola, nos desaparece. Lo sabemos porque no olvidamos Acteal, con las indígenas denunciado que los paramilitares asesinos en su tierra se encuentran no solo en libertad, sino que han sido premiados; no olvidamos Atenco y la violencia sexual como arma de contención; no olvidamos que Ciudad Juárez es ahora todo México donde a diario perdemos la vida; Como no olvidaremos las violaciones de policías a mujeres en la CDMX y a las instituciones encubridoras. Hoy les decimos que ya no estamos dispuestas a seguir aguantado el horror y obscuridad al que quieren condenar nuestras vidas.

Brillemos juntas para alumbrar las sobras en las que han sumido a México.

¡Exigir justicia no es provocación!

¡La policía no me cuida me viola!