Michel Quesada
En lo que va del 2019, en el estado de Michoacán, se han registrado al menos 88 suicidios, según datos de los medios locales. El suicidio en sí no es presentado como una problemática social, como la consecuencia de las condiciones en las que viven millones de trabajadores y trabajadoras en el país: miseria, precariedad laboral o desempleo, enfermedad, violencia y hambre. La vida lejos de representar a su concepto, es la mera sobrevivencia de millones. La problemática deviene entonces de la economía y la política que rigen y desarrollan estas condiciones en la población trabajadora: el régimen capitalista en su fase más brutal y más cruel, denominado el imperialismo.
En términos más concretos, este régimen, esta política económica, la vemos representada por las reformas estructurales que fueron aprobadas en los periodos de gobierno de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, estas reformas son los que AMLO llamó “Neoliberalismo”, el cual lejos de destruirse se está manteniendo e incluso profundizando: la muerte, el asesinato, el despojo y el suicidio son la evidencia de esta barbarie.
Lo anterior diría Karl Marx basado en “… la idea de que sólo basta con darle a los proletarios un poco de pan y un poco de educación. Como si los únicos en soportar las condiciones sociales actuales fueran los trabajadores, como si en lo que respecta al resto de la sociedad, el mundo existente fuera el mejor de los mundos posibles…”.
Nuestra realidad particular en México demuestra que, en efecto, las consecuencias, las malas consecuencias del actual sistema capitalista recae sobre nosotros los trabajadores, la violencia, el hambre, la enfermedad, la contaminación y el calentamiento global. Todos los males de esta sociedad son sufridos por nosotros y nosotras. En relación directa los empresarios y burgueses que son los dueños del capital y de las grandes fábricas y propiedades, los dueños de los bancos, son los que reciben todos los beneficios generados con nuestro trabajo, comenzando con las viviendas lujosas, los viajes, la seguridad, el vestido, la educación, la ciencia, el arte y la cultura y todo esto sin trabajar.
No es para nada descabellado pensar que el sujeto que continuamente está sufriendo el martirio social, la carga de la desposesión, de la pobreza y la violencia opte por el suicidio como el llano alivio a la penumbra en la que estamos metidos los y las trabajadoras. Más allá de pensar en que otro mundo es posible y de hecho lo es, un mundo predilecto para los que trabajamos, para la clase obrera, se piensa en el alivio fugaz que otorga la muerte, y al obrero, obrera, hermano y hermana que cae no se le puede juzgar de cobarde. El juicio es para aquel que provoca que el mundo se encuentre en las condiciones en las que se encuentra, el capitalista burgués, el empresario, el enemigo de nuestra vida y de la misma naturaleza.
El trabajador o trabajadora no piensa tampoco en un método para lograr un mundo mejor, no le es posible, porque además es un ser enfermo, enfermo por la explotación continua en la jornada laboral extrema, que incluso va más allá de las 12 horas. Existe hoy en día una imposibilidad real e incluso legal para que los y las trabajadoras se organicen y puedan pensar más allá de la muerte. Esa imposibilidad legal en México la conocemos como REFORMA LABORAL y es la representación del sistema capitalista actual que está presente en la mayoría del mundo.
Reconoce la Organización Mundial de la Salud una cifra de 800 000 mil suicidios cada año en los 60 países miembros que tienen registro sobre este factor. El 79% de los suicidios se dan en países donde la miseria es más evidente como México y sobre todo dónde hay mayores tasas de explotación de las y los trabajadores. En nuestro país 10 000 personas optan por el suicidio (INEGI) y esta cifra va en aumento, al igual que otro tipo de muerte violenta como el homicidio o el feminicidio.
El suicidio en tasas mayores no es sino la visibilidad de un problema mayor que descarga el mismo sistema capitalista caduco, dónde cada vez más es imposible vivir. Terminamos dejando abierta la reflexión con las propias palabras de Karl Marx:
“La cifra anual de suicidios, en cierto sentido normal y periódica entre nosotros, no es sino un síntoma de la organización defectuosa de la sociedad moderna, ya que en tiempos de hambrunas, de inviernos rigurosos, el síntoma siempre es más manifiesto, de manera que toma un carácter epidémico en momentos de desempleo industrial y cuando sobrevienen las bancarrotas en serie. En esos casos, la prostitución y el robo se acrecientan en la misma proporción. […] el suicidio no es más que uno entre mil y un síntomas de la lucha social general.”
La lucha por supuesto apunta a hacer garantes nuestros derechos escritos en el papel constitucional e incluso superarlos, pero verlos y sentirlos tácitos en la mayoría, no sólo en la minoría dueña de la riqueza. Se trata de garantizar nuestra felicidad, la felicidad de todos y todas y así construir un mundo donde sea posible nuestra vida y la vida misma.