Adalberto Rodríguez
El primer lugar en el mundo donde se gestó la resistencia contra el neoliberalismo y se le combatió de frente fue en América Latina, logrando así algunos éxitos que no han tenido lugar en ninguna otra parte del planeta, aun considerando los sucesos ocurridos en Grecia y España en los últimos años. Haciendo un rápido balance político de la experiencia de los pueblos del sur en su lucha contra el neoliberalismo, comencemos por caracterizar como un “cambio de época” a los procesos políticos que vienen desarrollándose especialmente en Sudamérica desde la primera década del siglo XXI.
Con la noción de “cambio de época” pretendemos explicar un contexto de “crisis” latinoamericano a partir de la interacción entre estructuras de dominación, expresión de conflictos de clase, la formación de fuerzas sociopolíticas y la emergencia de luchas populares. Comencemos por aclarar que el concepto de crisis refiere a una situación histórica de transición entre épocas haciendo visible la confrontación entre fuerzas histórico-políticas en formación con sus respectivos proyectos políticos, en la que, según la conocida expresión de Antonio Gramsci, lo viejo no termina de morir, lo nuevo no termina de nacer y en ese momento surgen los monstruos.
Por otra parte, es necesario pensar la especificidad de la expresión cambio de época desde la relación entre estructura (de dominación) y agencia (capacidad de lucha de los sujetos), a través de dos fenómenos que se entrecruzan: la crisis de la hegemonía neoliberal en la región y la emergencia de rasgos antagonistas (confrontativos) específicamente entre la amplia gama de los denominados “movimientos populares”. Es pertinente comprender el aspecto de “cambio” como proceso de transformación de una forma de dominación puesta en crisis y de reestructuración de las relaciones de poder, desatado por un conflicto político que remite a determinados protagonistas; mientras que la delimitación de la “época” requiere de ubicar la presencia de una forma específica de la estructura de dominación.
Ubiquemos la “época” de auge y crisis del neoliberalismo en América Latina. Al respecto, una de las observaciones principales es que por lo menos las últimas dos décadas del siglo XX estuvieron marcadas por la transformación de los Estados latinoamericanos al convertirse de un modelo “nacional-desarrollista” en un “Estado nacional de competencia” (Joachim Hirsch) subordinado al capital financiero transnacional. Un Estado neoliberal que en términos generales redujo sus funciones a la de administrador de las economías nacionales siguiendo las reglas de los organismos financieros internacionales, y a la de agente de la estabilidad social para viabilizar la inversión extranjera, mediante el aseguramiento de lo que las nuevas burocracias llaman “gobernabilidad” frente a los conflictos generados en el contexto de reformas estructurales, las cuales fueron dirigidas principalmente hacia lograr la flexibilización de la estructura contractual laboral acompañada del debilitamiento de la capacidad de negociación y de representación de los trabajadores frente al Estado.
Podemos vislumbrar a lo largo de la década de 1990, cinco ejes fundamentales del modelo neoliberal en América Latina: a) privatización de bienes básicos y servicios públicos; b) reprimarización de la economía; c) ampliación de las fronteras de la precariedad; d) ampliación de las fronteras de la exclusión y reforzamiento del sistema represivo institucional a través de la doctrina de “seguridad ciudadana” y de la noción de “gobernabilidad” que, de acuerdo a la conceptualización del Banco Mundial, alude a la capacidad que los gobiernos deben tener para aplicar los programas de ajuste y reformas estructurales y a la vez mantener bajo control las protestas de la población. En términos de control político estatal, tanto la noción de gobernabilidad como la de doctrina de seguridad ciudadana han apuntado a naturalizar la relación entre pobreza y delincuencia, y diluir la distinción entre protesta social y delito e incluso “terrorismo” aplicando la normativa jurídica para disolver “legalmente” luchas populares que intenten rebasar situaciones de subalternidad.
En sus Cartas desde lejos (1917), Vladimir Ilich Uliánov sugería que todo balance político exige de una apreciación del momento aprendiendo a leer los tiempos. Desde ese punto de vista. podemos retomar los tres momentos históricos que han constituido el “inicio del fin de época neoliberal”: 1) desde mediados de 1990 con un aumento de los conflictos y luchas bajo la consigna del antineoliberalismo, provenientes de una serie de “resistencias” sectoriales o parciales y locales; 2) desde principio de siglo un momento caracterizado por la expresión del antagonismo de las luchas populares como negación del orden existente, que implicaron la caída de varios gobiernos neoliberales y la clara incidencia de los movimientos populares mediante acciones de poder “destituyente” al derogar reformas neoliberales; 3) a finales de la década, el impulso de procesos “constituyentes” expresados tanto en la elección de gobiernos “progresistas” aspirando a un programa antineoliberal, como en la consolidación de las formas antagonistas de poder en la construcción de espacios y organizaciones con independencia de clase al margen de las instituciones estatales como alternativa a la relativa desmovilización y el retorno a un nuevo estado de mera resistencia-defensiva. De tal manera que es posible vislumbrar cierta continuidad en la formación de movimientos populares que se proyectan desde protestas meramente “defensivas” puntuales, hacia la generalización de luchas antagónicas en las que lo social y lo político se articularon de forma creativa; por ejemplo, el protagonismo de parte de los pueblos indígenas aymaras en Bolivia, organizados primero como sindicatos campesinos para posteriormente en un contexto de crisis política, constituir una fuerza política nacional bajo el nombre de Movimiento Al Socialismo-Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos, mismo que hasta hoy encabeza un gobierno revolucionario.
Pero lo ocurrido en los últimos meses en los países del sur, nos reveló que a pesar del inicio del fin de la época neoliberal, los promotores del imperio del poder del capital financiero transnacional no habían sido desarticulados del todo y esperaban agazapados preparándose para saltar a escena en una coyuntura que les favoreciera de nuevo. En efecto, lo viejo no había acabado de morir. Si echamos un vistazo al continente, podemos ver que las derechas están actuando con nuevos bríos de manera más o menos simultánea. Por ejemplo, ganó las elecciones presidenciales en Argentina con un programa de gobierno abiertamente neoliberal, otra vez, y en Venezuela aplastó a la izquierda obteniendo la mayoría absoluta en el congreso. En Brasil, lograron aislar y encarcelar al expresidente Lula, y consiguieron destituir “legalmente” a la presidenta Dilma Rousseff. En Bolivia, ganaron el plebiscito en contra de otra reelección de Evo Morales, y de manera similar, debido a su peso en la opinión pública, alcanzaron que el presidente ecuatoriano Rafael Correa declinara de competir nuevamente en las elecciones presidenciales. Y el suceso más reciente, en Colombia, donde influyeron decididamente para que la población votara en contra de los Acuerdos de Paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia; así como el reciente triunfo electoral presidencial del representante de la derecha paramilitar: Iván Duque, íntimamente ligado al asesino expresidente Álvaro Uribe.
La contraofensiva de las derechas responde a varias causas, muchas de ellas sólo pueden ser descifradas con el análisis concreto de la situación concreta en cada país. Sin embargo, dicho de manera muy esquemática, a nivel regional son visibles dos fenómenos comunes en los países donde las luchas de los movimientos populares dieron paso al triunfo electoral de gobiernos progresistas.
El primero de esos fenómenos tiene que ver con la reciente coyuntura económica a nivel mundial. Si bien los gobiernos progresistas desarrollaron cierta capacidad distributiva a través de programas sociales que satisficieran las necesidades inmediatas de la población más afectada por los ajustes neoliberales en la década de los noventa, lo cierto es que éstos apostaron más a la explotación y exportación de materias primas y recursos naturales (principalmente petróleo y minerales) antes que a impulsar una capacidad productiva autónoma. La caída de los precios del petróleo a nivel mundial, así como la estructural recurrencia de las crisis capitalistas, fungieron como dique de la visión cortoplacista de los gobiernos progresistas y su capacidad de distribución de la riqueza nacional. Quizás la gran excepción al respecto, sea la experiencia de Bolivia.
En segundo lugar, en cuanto al ámbito de la política, es notorio que en los últimos meses la derecha no encontró en las callesa un pueblo lo suficientemente organizado y con capacidad de movilización como para detenerlas, tal y como había sucedido en los primeros años de la anterior década. Una posible razón de dicha tensión, es que los gobiernos progresistas, bajo la dinámica del electoralismoy la delegación de todo el poderen la figura del caudillo(hombre o mujer), lograron absorber la capacidad de organización y movilización con independencia de clase que los movimientos populares habían desarrollado desde la década de los noventa. En aras de defender el llamado proyecto posneoliberallas masas populares fueron desmovilizadas o subalternizadas, impactando en la incapacidad de consolidar una situación de dualidad de poderesentre las dos clases sociales fundamentales, apostando todo al margen de maniobra del personal en el gobierno y subestimando de paso la capacidad de las derechas para reconstituirse como fuerzas políticas a pesar de sus derrotas.
Finalmente, más allá de pretender señalar responsabilidades y buscar culpables, lo cierto es que las derechas supieron diseñar una contraofensiva a nivel continental resurgiendo desde todas las fisuras estructurales, culturales, económicas y políticas del viejo orden que no acababa de morir. Por eso, es momento de no estancarnos en lamentos y en el dolor que nos ocasiona el regreso beligerante de las derechas. Urge entonces la necesidad de revisar autocríticamente las tácticas y estrategias de las izquierdas, de fortalecer los proyectos políticos que le disputan el poder a la burguesía y al imperialismo, y por supuesto, reorganizar desde abajo a las masas populares como fuerzas políticas.