“Lo que anuncia ser un proyecto más inclusivo que el socialismo tradicional en realidad lo es menos. En vez de las aspiraciones universales del socialismo y la política integradora de la lucha contra la explotación de clases, tenemos una pluralidad de luchas particulares desconectadas que concluye con una sumisión al capitalismo. El proyecto socialista debe enriquecerse con los recursos y los acontecimientos de los nuevos movimientos sociales, no empobrecerse recurriendo a ellos como una excusa para desintegrar la resistencia al capitalismo”
Estas son las palabras con que Ellen Wood, marxista Norteamérica, respondía a las voces que, en la década del 90, tras la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, daban por muerta el proyecto socialista. Estas voces, que surgían desde el mismo campo del movimiento popular, argumentaban que la originalidad de los nuevos movimientos sociales superaba al clásico movimiento socialista, y con ello, el papel de vanguardia histórica del proletariado, la necesidad de un partido centralizado, la lucha por la conquista del poder, en pocas palabras el marxismo-leninismo, eran cosas superadas por la historia.
En contraparte, estas voces exaltaban los procesos de autogestión, cooperativistas, mutualidades, proyectos ecológicos y agroecológicos, mercados alternativos y consumo responsable, etc., toda una plétora de reivindicaciones que superaban, según ellos, el programa revolucionario y la dictadura del proletariado.
No es casual que, aunque parezca irónico, los gobiernos neoliberales de Latinoamérica toleraran o en algunos casos financiaran estas propuestas populares, bajo programas de “desarrollo social” financiaban los proyectos productivos de comunidades, ejidos, barrios, tenencias, etc.
Sin demeritar los esfuerzos autogestión que intentaron resistir contra el capitalismo y sin menospreciar la búsqueda del pueblo por mejorar sus condiciones materiales de vida, lo que es cierto, es que estas propuestas mostraron su incapacidad para convertirse en una propuesta generalizada y alternativa al avance capitalista.
Inclusive nos atrevemos a decir, que su idealización confundió y desvió al movimiento popular, reforzando el reflujo del movimiento revolucionario y fortaleciendo la orgia neoliberal.
El olvido del marxismo-leninismo trajo con sigo el abandono de la lucha política, o en otras palabras la lucha por la construcción del estado socialista y la destrucción del estado capitalista.
Cabe señalar además que estas propuestas, no eran de todos nuevas. Ya en 1847, en el manifiesto comunista, Marx y Engels habían desarrollado una crítica mordaz respecto al socialismo burgués, y el socialismo y el comunismo crítico-utópico. Los fundadores del materialismo histórico señalaban que estas propuestas:
“Pretenden ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciéndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios políticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro está que este socialismo-utópico se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la abolición del régimen burgués de producción, que sólo puede alcanzarse por la vía revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual régimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo – en el mejor de los casos – para abaratar a la burguesía los costos de su reinado y sanearle el presupuesto”
El misil teórico de Marx y Engels tenía como objetivo desmoronar las propuestas utópicas cooperativistas, mutualista, comunitarista expuestas en los sistemas teóricos prácticos de Saint-Simon, Fourier, de Owen, Proudon, etc., que pretendían acabar con el capitalismo anteponiendo formas de producción alternativas, pero sin cuestionar radicalmente al capital.
La crítica de Marx y Engels se centra en demostrar que las propuestas utópicas, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria, señalando que quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos, pero que al omitir el carácter estratégico de la lucha por el poder político, naturalmente, siempre fallan.
Sobre este punto Marx y Engels insistirán sistemáticamente durante toda su vida. Bastaría con recordar las palabras de Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, fundada el 28 de septiembre de 1864, en una Asamblea Pública celebrada en Saint Martin’s Hall de Long Acre, Londres, donde Carlos Marx lanza una demoledora critica al cooperativismo, al respecto apunta:
Al mismo tiempo, la experiencia del período comprendido entre 1848 y 1864 ha probado hasta la evidencia que, por excelente que sea en principio, por útil que se muestre en la práctica, el trabajo cooperativo, limitado estrechamente a los esfuerzos accidentales y particulares de los obreros, no podrá detener jamás el crecimiento en progresión geométrica del monopolio, ni emancipar a las masas, ni aliviar siquiera un poco la carga de sus miserias. Este es, quizá, el verdadero motivo que ha decidido a algunos aristócratas bien intencionados, a filantrópicos charlatanes burgueses y hasta a economistas agudos, a colmar de repente de elogios nauseabundos al sistema cooperativo… Para emancipar a las masas trabajadoras, la cooperación debe alcanzar un desarrollo nacional y, por consecuencia, ser fomentada por medios nacionales. Pero los señores de la tierra y los señores del capital se valdrán siempre de sus privilegios políticos para defender y perpetuar sus monopolios económicos. La conquista del poder político ha venido a ser, por lo tanto, el gran deber de la clase obrera. Así parece haberlo comprendido ésta, pues en Inglaterra, en Alemania, en Italia y en Francia, se han visto renacer simultáneamente estas aspiraciones y se han hecho esfuerzos simultáneos para reorganizar políticamente el partido de los obreros (Marx, Mensaje Inagural de la Asociacion Internacional de Trabajadores , 1977, pág. 365).
Reconocer de forma explícita que la conquista del poder político es el gran deber de la clase obrera., representa un extraordinario avance en la táctica y programa de lucha del movimiento obrero, además representa la superioridad del pensamiento de Marx, al exponerse como única guía que siente las bases de la emancipación de la clase obrera.