Comité de Base Espartaco/Tijuana

El gatopardismo, es la acción de cambiar sin que nada cambie. El ilógico e incoherente concepto, inspirado en la novela del italiano Guiseppe Tomasi di Lampedusa, Il Gattopardo (El Gatopardo), explica la realidad a la que asiste este país llamado México y la que parece la única constante de la historia nacional. Otro escritor y novelista, pero ahora oriundo de estas tierras, Juan Rulfo, contaba en Y nos dieron la tierra, cómo después de la Revolución Mexicana todo había cambiado, pero todo seguía igual para el campesinado mexicano.

El sector social que puso vidas para lograr cambiar sus condiciones se topó con que quienes ganaron, cambiaron todo menos las condiciones que permitían que la miseria, el robo y la injusticia fueran la cotidianidad de sus vidas.

Ahora que asistimos con bomba y platillo a la “cuarta transformación nacional”, parece un buen momento para cavilar qué tanto se va a “transformar” el país con la, al parecer inminente, llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la república. Evitando una perorata sin sentido, adelantemos las conclusiones. El país va a cambiar, para evitar que todo cambie.

Pero ¿cómo es esto posible?

El país va a cambiar con la llegada de López Obrador por dos razones: 1) Porque el cambio es una ley dialéctica, y así como nada permanece inmutable, el país no lo será; 2) porque sería injusto reconocer que no hay diferencias entre AMLO y Peña Nieto, o bien entre AMLO y sus contrincantes en la elección. De acuerdo a la experiencia que arroja el periodo de gobierno de Andrés Manuel en la ahora Ciudad de México, todo parece indiciar que, por lo menos, la evidente guerra contra el pueblo de México, y en especial la represión sistemática contra activistas y movimientos políticos, populares y sociales, disminuirá (esto en el plano federal). Es posible también que evidenciemos algunas mejoras en ciertas condiciones de vida (transporte público, vivienda, salud, educación, etcétera).

Sin embargo, nada va a cambiar por una simple y sencilla razón: El combate a la corrupción. No, no es que esté mal combatir la corrupción, el problema radica en creer que es ésta la desventura que asola al pueblo de México. La corrupción no es el mayor mal del país. La corrupción es un síntoma que expresa el verdadero problema del país: el sistema capitalista en su versión más rapaz.

Podemos ejemplificar esto de la siguiente manera: un paciente llega al médico con un terrible dolor de cabeza. El médico diagnostica migraña severa y comienza el tratamiento. Seis meses (o años) después, el paciente muere. En la autopsia se revela que el paciente padecía un tumor cancerígeno en el cerebro. El mal diagnóstico llevó a un ser humano a la muerte, debido a que se creyó que un síntoma era la enfermedad.

Por esta razón, el gobierno de AMLO está destinado a no avanzar más allá de cambios estéticos en las condiciones del país, justo porque su mal diagnóstico le impide ver la complejidad de la enfermedad y sólo atiende a un síntoma. Un síntoma que incluso puede mejorar o erradicarse, pero la enfermedad seguirá ahí y seguirá creciendo.

En pocas palabras, los bancos seguirán siendo extranjeros; las empresas seguirán pagando el mínimo y violando todos los derechos laborales; las mineras y petroleras seguirán extrayendo cantidades inimaginables de oro, plata, cobre, hierro y petróleo; los bosques y selvas se seguirán talando y las comunidades continuarán siendo despojadas de sus recursos para garantizar “el progreso”; los mares, ríos, lagos y lagunas seguirán siendo contaminados por compañías nacionales y extranjeras; mujeres e infantes seguirán sirviendo como mercancías en el lucrativo negocio de la trata y prostitución; por lo tanto, la injusta brecha entre ricos y pobres se acrecentará.

Todo esto justo porque no está en las manos de AMLO, ni en su mente, acabar el problema desde la raíz. Quien puede y debe realizar esto, es el pueblo trabajador. La historia no se transforma por la buena voluntad de un individuo, sino de un colectivo que se propone revolucionar su mundo, su entorno.

De esta forma, mientras las condiciones de explotación de las que se derivan todas las demás injusticias (como la corrupción) no sean erradicadas, todos los ejercicios que se emprendan no serán más que mero gatopardismo. Todo va a cambiar para que no cambie nada.

Pero entonces ¿por qué parece que la burguesía mexicana se encuentra dividida en torno a la figura de Andrés Manuel? ¿Es acaso que parte del empresariado mexicano ve la oportunidad de traicionar a su clase y apoyar un modo de producción nuevo que permita la liberación del ser humano de su enajenada condición? ¡NO!

Justo por el AMLOpardismo. Una parte de las y los empresarios mexicanos ven la oportunidad de impulsar una propuesta que cambie todo, sin que esto altere las condiciones de explotación y de aquí sacar buena raja. Es decir, pretenden cambiar las formas, las apariencias para que el fondo, la raíz se mantenga igual.

Aquí vale la pena apuntar algunas cosas. Las clases sociales no son homogéneas ni monolíticas. Así como hasta en las mejores familias se cuecen habas, en las clases sociales, también hay rivalidades, desencuentros, desamores. En estos momentos en los que la hipnosis electoral nubla hasta las mentes más lúcidas (Roger Bartra convocando a votar por Anaya), el empresariado nacional alista sus armas y se enfrenta para decidir a su próximo presidente nacional.

Por un lado, el gran empresariado nacional que apuesta por un modelo sustentado en la fase más rapaz, voraz, violenta, inhumana del capitalismo (mal llamada neoliberalismo). Por el otro, un sector empresarial más pequeño, “secundario”, que está impedido de competir contra los grandes capitales nacionales e internacionales y que ve en el reacomodo de las piezas de la alta burocracia mexicana, la oportunidad de sacar una buena tajada del pastel que las y los catapultaría a los primeros puestos. Las armas se han afilado en torno a la figura del candidato López Obrador.

En ambos lados de la balanza se aglutinan varias personalidades, pero si reducimos el foco a las dos que han despuntado en los últimos días, por las declaraciones del mismo Obrador, podríamos bien sacar algunas lecciones de la forma en la que se mueven los intereses empresariales y sus disputas dentro de la verdadera esfera de decisiones.

En la primera posición, la más bestial, el peleador designado es Germán Larrea Mota Velasco. El director de Grupo México y segundo hombre más rico del país, mediante una carta pidió a sus empleados sufragar contra el “modelo económico populista” y a que “salgan a votar con inteligencia y no con el enojo que hoy todos compartimos”. Nadie puede salir a defender la posición de Larrea. Es más, el sólo hecho de que Larrea diga que hay que votar contra López Obrador, ocasiona que cualquiera se cuestione si no es el candidato presidencial de Morena la opción más viable.

No es nada nuevo, ni debería motivar más líneas, el que Larrea Mota salga a defender una posición política (tanto del PRI, como del PAN) que le ha sido tan servil y que tan buenos dividendos le ha dado. Cómo olvidar al responsable de la tragedia de Pasta de Conchos, o cómo olvidar al responsable del ecocidio de Sonora. El más negro que la noche currículum del señor Larrea, obliga a pensar que cualquier posición que defienda el segundo empresario más rico del país, es contraria a los intereses del grueso del pueblo trabajador.

Hasta el momento nada nuevo bajo el sol. Lo que resalta es lo que pasa en la otra esquina. No es que algún empresario, fuera de su círculo cercano, haya salido a defender a Andrés Manuel, sino que el mismo candidato ha dejado claro cuál es el modelo empresarial que él admira. Ese modelo se personifica en la figura de Ricardo Salinas Pliego, el dueño de Tv Azteca, Banco Azteca, Elektra e Italika.

Tomando en cuenta que López Obrador no elogia a nadie que no sea cercano a él, es de suponer que Salinas Pliego ve con simpatía la candidatura de AMLO. Esta cercanía se hizo evidente con la incorporación de Esteban Moctezuma, gente de toda la confianza de Salinas Pliego, al equipo de Obrador. Sin embargo, ante las acusaciones de “populista” de Larrea, el candidato de Morena aseguró que Salinas Pliego “tiene una dimensión social”.

Curiosa “dimensión social” escogió para admirar Andrés Manuel. Esta “dimensión social”, llevó a Salinas Pliego a evadir impuestos en paraísos fiscales de Luxemburgo, Malta, Barbados y las Islas Vírgenes Británicas. Esa misma entrega a la comunidad le permitió al magnate de la televisión aprovechar su condición y dejar de pagar 13 millones de pesos en impuestos, entre 2014 y 2015. Esa misma candidez es la que hace que sea descrito como “uno de los empresarios mexicanos más hábiles para hacer negocios y es quizá también quien lo hace con más sangre fría”.

En resumen: el pleito entre empresarios no es más que la intención de un sector de la burguesía de aprovechar los reacomodos que ocasionará la victoria de AMLO y desde ahí sacar tajada.

¿Qué tareas les quedan a los comunistas?

Es importante señalar que hay dos, hasta el momento, posibles escenarios. 1.- La victoria de AMLO en las urnas. 2.- La victoria de otro candidato mediante un fraude. Ante los dos es necesario que las fuerzas comunistas reconozcamos nuestras verdaderas condiciones.

 

  • Somos un actor marginal, marginal, marginal en la lucha de clases. No dirigimos ninguna lucha obrera (participar no es lo mismo que dirigir).
  • No pasamos de ser grupúsculos, cuasi sectas, muy honestos, pero con una relevancia política cercana al cero.
  • No tenemos arraigo verdadero en el pueblo trabajador.
  • Nuestra prensa (medios de comunicación) no son el referente ideológico de la clase trabajadora. Nuestro lenguaje está construido para hablar entre nosotros, entre “comunistas”.
  • El carácter de casi todas las organizaciones que reivindican un proyecto político similar al del MIR, son de carácter regional, sino es que, como el MIR, provincial.

Con estas condiciones tenemos que sortear el futuro para poder revertirlas. Así pues, si AMLO gana, eso pone a las fuerzas de izquierda (de verdadera izquierda) en una posición incómoda. Nos convertimos de facto en la disidencia de un proyecto que fue respaldado y legitimado por amplios sectores del pueblo trabajador, por lo que nuestras consignas muchas veces podrían parecer “berrinches” de los inconformes eternos.

Sin embargo, asumiendo la veta demócrata de AMLO, se puede suponer que la guerra contra los activistas y organizaciones políticas podría disminuir. Esto nos pone en una posición ventajosa, ya que nos evita (entendiendo la naturaleza propia del Estado) vivir en una situación de persecución constante y genera ciertas libertades políticas que habían sido canceladas de facto.

Es deber de las y los comunistas ser hábiles para construir las consignas precisas, mismas que nos permitan insertarnos en las fuerzas del proletariado. Es necesario que, como tarea principal, de la que se puedan derivar muchas consignas, expliquemos al grueso del pueblo trabajador que el triunfo de AMLO es un cambio pero no el que necesitamos. Por lo tanto, aprovechando la efervescencia de la victoria, impulsemos la construcción de referentes organizativos que presionen para un cambio radical en las condiciones de explotación del país. Aquí las consignas deben centrarse en los derechos perdidos más sensibles del pueblo: Derecho al Trabajo (con un salario justo), el Derecho a la Seguridad Social, el Derecho a la Salud, a la Educación, a la Vivienda, etc., etc.

 

Si el fraude, la medida más desesperada de la oligarquía mexicana e internacional, se aplica en las elecciones, es claro que AMLO no va a convocar a defender el voto (por palabras expresadas por él mismo). ¿Qué hacer entonces? Es cierto que nuestras condiciones de marginalidad no nos permiten dirigir esta lucha, pero renunciar a darla sería lo más mezquino y oportunista del mundo. El derecho al voto, el derecho del pueblo trabajador a sufragar, es un derecho conquistado gracias a miles de vidas de connacionales. Vidas que se perdieron por exigir el derecho del pueblo de hacerse cargo de sus destinos mediante la elección de un proyecto político. Es cierto que esta democracia, y sus métodos, son todavía primitivos, pero no son dádivas y son mil veces mejor que la monarquía. Renunciar a defender el derecho al sufragio, es lo mismo que traicionar la memoria de lucha del pueblo mexicano. Renunciar a luchar nos pondrá en el basurero de la historia.

Pero además, participar con el pueblo (convocar incluso) para defender nuestro derecho a elegir, nos permite explicar por qué no compartíamos con AMLO, por qué creíamos que no era la solución y exponer nuestro proyecto político. Nos da, además, una calidad moral ante los ojos del pueblo trabajador, que de otra forma podría pensar: “Qué cómoda posición, nos dicen cuándo, cómo y contra quién luchar, pero no luchan con nosotros, ni por lo que nosotros queremos”. Hay que reconocerle al pueblo su derecho inalienable a equivocarse. Hay que aprender a equivocarnos en él y de ahí conseguir victorias.

En síntesis, los dos escenarios, si somos hábiles y los sabemos aprovechar, representan oportunidades para el movimiento comunista y el MIR. Si somo honestos y humildes; si aprendemos de nuestros errores (Somos Mayoría y Marichuy), podemos cambiar nuestras miserables condiciones actuales para revertirlas y construir unas mucho más favorables que nos pongan, ahora sí, en un lugar privilegiado en la disputa por el ejercicio del poder.